Es lindo que te sientan como una nube de algodón...
aunque a veces, solo a veces se vuelve gris...
Desde mi rama podía ver a aquella nube, no era ni grande ni pequeña. Tenía el color de las nubes unas veces blanca, otras gris, y sin embargo me llamo la atención. Salté, desplegué mis alas y volé hacia ella. Revoloteé entre sus formas de algodón, la nube sonreía con mí aletear y así estuvimos un tiempo.
Los días transcurrían, desde mi rama veía a la nube como flotaba, alta sobre la copa de los árboles y cuando volaba hacía ella, en el fondo con un poco de envidia, la nube se volvía gris en ocasiones. Sólo soy una nube, acá arriba hasta los rayos de sol me atraviesan sin detenerse en mí tapo el sol y la tierra se oscurece. Yo movía las alas a su alrededor incrédulo. La nube que podía mecerse con el aire, ingrávida que con un mínimo esfuerzo podría conocer tantas cosas, licuarse, llegar al mar, besar orillas de arenas doradas y luego volver a subir tan alto que hasta yo no podría subir, se volvía gris con su nostalgia y entonces mis plumas se juntaban y me hacían descender.
Llegó el calor y la nube casi, casi desaparece, se hizo tan etérea que si no te fijabas bien no se la veía. Pero yo volaba para sentir su algodón en mis alas, y era entonces cuando venían unos pájaros a jugar con ella, y ella sonreía mientras los mecía en sus cúmulos. Más no tardaba mucho en verse una esquina gris, y ya no era una esquina, sino media nube. Y otra vez desde mis ramas intentaba volar para que el aire arrastrase a la nube y viera que el cielo también puede ser azul y aunque tape al sol, este sigue luciendo por encima de ella.
Y un día la nube rompió en lluvia y lentamente se fue perdiendo entre las gotas, hasta que desapareció del cielo.
Miré a la tierra y pude ver la sonrisa de los hombres porque la lluvia había empapado sus cosechas, baje al río y allí también estaban las gotas de la nube nadando, felices camino del mar, otras conocieron la ciudad y dieron de beber a los niños.
Y allí desde mi rama pude ver el cielo azul, limpio pero echaba de menos a aquella nube.
Un día el viento azotó mi rama y al asomarme vi que con él venía la nube y volé hacia ella, blanca, limpia y me hablo de selvas y de lagos, de lejanos países y de altas montañas cubiertas de nieve.
Desde aquel día la nube nunca más volvió a ser gris y cada verano vuelo a su encuentro.